sábado, 30 de enero de 2016

Los seres de las tormentas.




 Siempre me ha gustado la lluvia, encuentro su sonido relajador cuando las gotas golpean las láminas de zinc y arrullador cuando lo hacen en las tejas de barro en las casas de los pueblos. Me encanta ver los diferentes tonos grisáceos que colorean las nubes momentos antes que la lluvia caiga y forme esa melodía uniforme pero sin igual. Desde pequeño he visto la lluvia caer en la tierra y maravillarme con ese hermoso espectáculo de la naturaleza pero fue de pequeño que los vi por primera y única vez.
Fue una tarde lluviosa de octubre, tenía 12 años cuando el huracán Mitch toco suelo hondureño el 29 de octubre de 1998 pero fue hasta el 3 de noviembre, día en que el huracán se alejaba de centro américa dejando devastación a su paso, que ocurrió algo que hasta el día de hoy me provoca escalofríos tan solo de pensar en ello, pero no son escalofríos que vienen del miedo, si no de la emoción que me invade cada vez que revivo mis memorias sobre ellos. Recuerdo encontrarme en mi casa con mis padres y mis hermanos debido a la alerta roja que las autoridades declararon en todo el país por las inminentes inundaciones y posibles desastres que el huracán podría desatar, así que mi papa no fue a su trabajo y mis hermanos y yo no pudimos atender a la escuela.  Nuestra casa se encontraba en valle de ángeles, cerca de la ciudad de Tegucigalpa que se encuentra en francisco Morazán, valle de ángeles no se vio tan afectada como otras zonas del país pero si sufrió varios derrumbes he inundaciones en localidades que se encontraban cerca de ríos o quebradas, mi casa no fue afectada por ello ya que está situada en una zona elevada del pueblo que posee un terreno firme y no propenso a derrumbes y solo nos tuvimos que preocupar por las constantes goteras producidas por las torrenciales lluvias. 

Yo me encontraba en mi cuarto el cual tiene una vista sorprendente de las montañas que rodean valle de ángeles y pueblos aledaños y observa la lluvia caer en todo el pueblo y las montañas hasta donde yo podía ver, sabía que esto era algo malo para muchas personas que posiblemente lo perderían todo o morirían a causa de las tempestuosas lluvias pero como todo niño me mostraba despreocupado de ello y aun así me sentía maravillado por lo que veía ese momento y entonces fue cuando el cielo rugió estrepitosamente. Truenos que se dibujaban en los densos nubarrones y estruendosos relámpagos hicieron su aparición mientras iluminaban todo el cielo, tanto como si un sol de luz blanca azulada resplandeciera sobre todo valle de ángeles. Ahí me encontraba yo, tapándome los oídos con mis manos por el ensordecedor estruendo de los truenos que despertaban en mi un miedo como nunca antes había sentido pero aun así no cerraba mis ojos mientras me encontraba al pie de mi ventana observando la lluvia, ni siquiera los cegadores relámpagos podía evitar que desviara la mirada de estas torres que habían aparecido de forma misteriosa lejos por entre las montañas, torres obscuras las cuales podrían haber medido hasta 150 o 200 metros de altura y su parte inferior era más ancha que la parte superior, empezaban a angostarse más o menos por la mitad y terminaban en una especie de domo del cual unas extrañas, largas, gruesas y extensas sogas negras se desprendían y se movían con el soplar de los vientos huracanados, pero estas torres no se inmutaban en lo absoluto a lo cual llegue a la rápida conclusión de que no se trataban de árboles ya que todos los arboles alrededor de estas torres se mecían frenéticamente e incluso varios ya habían sido derribados al suelo y también tomando en cuenta que son muy raros los árboles en el mundo que tengan tales dimensiones.
Con lo disminuida que se encontraba la vista hacia los alrededores debido a la implacable lluvia, solo llegue a divisar 4 torres a lo lejos, posiblemente habían aparecido más o no pero eso nunca lo sabré. Observaba estas torres con mucha atención y el doble de curiosidad ya que nunca antes había visto algo así, con el tiempo que llevaba viendo la lluvia caer, fue hasta ese momento en esa catastrófica parte de la historia de mi país que las pude ver, inmensas torres negras de las cuales inmensas sogas negras (o al menos esa fue la similitud que pude conjeturar a esa edad) que se desprendían desde lo alto de las mismas, estaban entre las montañas a diferentes distancias y elevaciones  una de la otra, la más próxima se encontraba tal vez a 600 metros desde mi hogar y la más lejana a unos 800 metros. De repente la tormenta se tornó mucho más agresiva y pude ver como varios tejados de las casas contiguas a la nuestra se desprendían y salían volando por los cielos hasta que se estrellaban contra los cerros. Milagrosamente el tejado de mi casa no se vio muy afectado, una que otra lamina se desprendió parcialmente de las vigas mientras hacia un ruido metálico al chochar con las demás mientras el viento la agitaba.

Fue en ese momento que mi curiosidad se convirtió en terror, fue en ese momento que fue la primera vez que le tuve miedo a las tormentas. Una de las torres había empezado a moverse lentamente en dirección a otra torre que se encontraba al pie de la montaña mientras la torre al pie de la montaña se movía en dirección a ella, pude ver como sus movimientos parecían ser muy similares al caminar de una persona, veía como algo se movía por debajo de las negras y gruesas sogas de la misma forma que se dibujan los brazos por debajo de alguien que vista una toga o capa. Estas torres, o debería decir, estos gigantes que se elevaban hasta más de 100 metros y por sobre los árboles cuando ya se encontraban uno frente a el otro, empezaron a extender sus inmensos brazos hacia el cielo dejando ver la forma de los mismos, grandes y gruesos brazos que terminaban en manos inmensas, tan inmensas como un vagón de tren, se extendían varios metros en longitud y mientras la tormenta se volvía más agresiva, los gigantes, se quedaron en esa posición con los brazos extendido a la altura de los hombros como si estuvieran a la expectativa de algo por suceder, fue entonces que un relámpago ilumino los cielos y los gigantes, con una velocidad inexplicable y a la vez que la luz se originó, dieron una palmada por encima de sus cabezas mientras un rayo caía sobre sus dedos y recorría todo su inmenso cuerpo proyectándose a la tierra.

Fueron varias las ocasiones durante la tormenta que los gigantes realizaron esa especie de ritual, siempre de la misma forma, después de la 3 vez que realizaban su curioso y deslumbrante ceremonia, mi miedo se desvaneció y empecé a sentirme extasiado por presenciar tan extraordinario espectáculo, gigantes con melenas de igual tamaño que intentaban atrapar los rayos con sus propias manos, gigantes inmunes a millones de voltios que corrían por todo su cuerpo, ni siquiera se inmutaban ante el fulminante impacto, incluso ya no me tapaba los oídos con mis manos, creo que la razón por la que lo hice no fue por el potente sonido de los truenos sino más bien por un simple reflejo hacia el miedo que sentí al principio, ahora podía escuchar fuerte y claro los rugidos de los gigantes, largos y profundos que fácilmente podían ser confundidos con los estallidos producidos por los truenos que caían a lo lejos.

La potente tormenta seguía en su apogeo, se podía escuchar a lo lejos el rio enardecido que había aumentado su cauce y llevaba consigo varias toneladas de tierra y piedra que arrastraba con gran facilidad. Aun así, los gigantes se mostraban inmutables antes las fieras condiciones climáticas, fue entonces que, repentinamente, la tormenta empezó a debilitarse. Note inmediatamente que ya no había presencia de relámpagos, antes aparecían 15 0 20 veces en cuestión de minutos, pero para cuando la tormenta se tornó débil, ningún relámpago apareció, ya no escucha los truenos a lo lejos ni el retumbar del eco entre las montañas y por ende ya no caían rayos en ninguna dirección a la que llevaba mis ojos aunque el pálido velo blanquecino que creaba la  torrencial lluvia seguía presente y escondido entre el, se encontraban los gigantes. Sus brazos ya no estaban extendidos en espera del siguiente rayo para poderlo atrapar, sus gruñidos habían cesado y su lento bamboleo al caminar también, se encontraban inmóviles entre las montañas y muy por encima de los árboles y pudieron estar así cerca de 30 minutos o más mientras yo los observaba por la ventana desde mi habitación.
Me encontraba con mis manos apoyándome  sobre el marco de mi ventana y con casi la mitad de mi cuerpo sobresaliendo de la habitación que se elevaba cerca de 3 o 4 metros por sobre el patio de mi hogar, no me percate de lo que estaba haciendo ni de la posición tan peligrosa en que me encontraba, me vi absorto por lo que ocurría en ese momento, la lluvia había cesado pero aun así el velo blanco que cubría a los gigantes no se había disipado, de hecho, se tornó mucho más denso y cubría el extenso cuerpo y las extremidades de los gigantes envolviéndolas como si se escondieran detrás de un inmenso telón que se cierra cuando una  obra teatral termina. Enfrente de mí, en donde se encontraban las montañas, solo se extendía una inmensa pared blanca tan sólida y uniforme que bien y podría haber sido echa de concreto, pero fue entonces que pude escuchar a lo lejos un fuerte silbido que venía muy lejos de mí, venía desde muy por encima de las nubes pero lo escuche tan fuerte y claro como si saliera de mis propios labios, levante mi cabeza hacia el cielo y de repente un inmenso orificio de varios kilómetros de diámetro se apareció entre las densas y blancas nubes dejando ver un hermoso y deslumbrante azul celeste, el inmenso agujero fue producido por una potente corriente de aire que se estrelló contra las montañas disipando la espesa neblina en un santiamén revelando las mismas que permanecieron escondidas por unos breves instantes, no podía creerlo, veía las hermosas montañas bañadas por los rayos del sol que se asomaban de entre las nubes que se disipaban poco a poco, veía los preciosos pinos bañados con roció que reflejaban la luz solar haciendo brillar y resaltar el deslumbrante color verdoso de los pinos, arbustos y hierbas que alfombraban las paredes de las montañas.

De todas estas bellezas naturales (las cuales no pude apreciar detenidamente) solo había algo que me interesaba ver de nuevo, los gigantes. Los gigantes colosales, los cuales iba a ser mucho más fácil observarlos sin el velo blanco que lo dificultara, mi mente y espíritu ya estaban preparados para lo que sea que podría encontrarse a lo lejos, el solo imaginarme como se verían los gigantes, de qué color serían sus gruesos y largos cabellos, el tamaño de sus dientes ¿serian dientes como los de una persona normal o serian puntiagudos? Y que sería de sus ojos ¿serian dos o solo uno como un ciclope? Serían más de dos ojos? Todas estas y muchas otras preguntas más inundaban mi mente ante la expectativa de lo que mis ojos verían. 

No había nada, los gigantes no se encontraban más entre las montañas, ni en las cimas, ni en las faldas ni entre ellas, los gigantes, que danzaban en las torrenciales lluvias y atrapaban rayos con las manos desnudas, así como aparecieron de una forma inexplicable, desaparecieron de igual manera. Di unos pasos hacia atrás con la mirada perdida tratando de adivinar como es que seres tan inmensos desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos, mis piernas chocaron contra mi cama y me senté en ella como si de una orden se trata, y me quede en esa posición, observando hacia mi ventana y por fuera de ella, hacia lo lejos, hacia las montañas.